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Bueno o malo; ¿Para quién?

En un artículo anterior mi hijo me comento que usaba en ocasiones el calificativo de que algo era bueno o algo era malo, y que sería interesante escribir o reflexionar de si las cosas verdaderamente tienen esta cualidad de ser buenas o malas o nosotros se la ponemos.

 

 

Creo que mucho se ha escrito de valores universales, de cosas que innegablemente podríamos calificar de buenas, y que inclusive encontramos que todos los caminos espirituales y religiosos acaban apuntando a ellas de una u otra manera. Cosas como la honestidad, el amor, la paciencia, y muchas otras podríamos calificarlas de  buenas y sus opuestos de malas.

 

También por ahí dicen que la realización total, el superar el ego, la iluminación, la gracia, están más allá del bien y del mal. Que los grandes guías espirituales o maestros han alcanzado estados en los que ya no existe el calificativo de algo como bueno o malo.

Pero la realidad es que algunos seres humanos y en la mayoría de las culturas, tenemos una inercia incontenible a estar calificando constantemente las cosas, es como si fuera una obligación imperdonable el que casi en el mismo instante en que sucede algo o nos enfrentamos con algo tenemos que calificarlo.

“Fumar es malísimo para la salud”, “Que mal que chocamos”, “Correr es muy bueno para nuestro cuerpo”, “Esta comida es malísima”, “Esto es un manjar, está buenísimo”. Y si alguien conocido olvidara hacer su evaluación inmediata somos los primeros en recordárselo: “¿Cómo te fue en la fiesta?, ¿bien o mal?”, “¿Qué tal estuvo ese nuevo restaurante, bueno?”, “¿Cómo te va con el nuevo empleado?, ¿salió bueno o malo?”

Creo que no hay nada de malo o bueno, Ja! Ja! Ja!; en nuestra irrefrenable habito de estar calificando las cosas, pienso que es un habito natural producto de nuestra educación competitiva que siempre esta asignando calificaciones a nuestro desempeño desde niños y que se vuelve algo enraizado en nuestra forma de ser.
Lo que sí creo que no es un hábito que produce felicidad en especial cuando nos lo tomamos muy a pecho, la realidad es que todas las cosas son y pueden ser buenas o malas dependiendo de cómo se miren, nuestra percepción basada en situaciones y momentos particulares es la que nos ayuda a asignar la calificación de algo como bueno o malo. Pero sin duda una causa del sufrimiento es apegarnos con total pasión y seguridad a la calificación que pusimos y a que es permanente.

Esto no funciona por muchas razones; la primera que lo que es bueno hoy, no es necesariamente bueno mañana, cualquiera que haya pasado por un rompimiento amoroso puede confirmar esto. Los valores como la honestidad, el amor o la paciencia pueden ser buenos o malos dependiendo de cómo se usan, en qué momento, con qué personas, en qué circunstancias, con qué intención, todo es relativo.

Lo que es bueno para mí no es necesariamente bueno para otros o viceversa. Fumar puede ser malo para la salud, pero seguramente es bueno para las miles de familias que dependen de esa industria; chocar es malo pero si nuestro manejo fuera perfecto la industria aseguradora y los ajustadores no tendrían trabajos; correr es saludable pero por experiencia les digo que no para todo el cuerpo, las rodillas lo van resintiendo y cualquier ortopedista les puede confirmar que ser corredor equivale a golpear con un martillo nuestras rodillas; la comida de un lugar puede ser malísima pero estoy seguro que para los millones de pobres que no comen bien seria un manjar único.

En fin creo que lo importante es darnos cuenta, ganar conciencia de que bueno y malo son calificaciones completamente relativas, siempre van a variar desde el que la otorgue y sus condiciones particulares de lugar, momento, intención, etc.

Y si ganamos esa conciencia entonces podemos desapegarnos un poco de los calificativos que damos, seguir considerando algunas cosas como buenas o malas pero sin “clavarnos” con que así son; recordar que las cosas siempre cambian y que siempre son relativas. Que un enemigo de hoy puede ser un amigo mañana, que un amigo de hoy no necesariamente lo será siempre, que mi fortuna puede implicar des fortuna para alguien o que mi mala suerte puede haber dado un beneficio a alguien.

Si tomamos este enfoque más desapegado, tal vez a veces no nos vaya bien o mal, simplemente nos vaya y eso sea suficiente, tal vez alguien no sea bueno o malo, simplemente sea, y eso sea suficiente, tal vez nuestros momentos sean buenos o malos pero solo son eso un momento y cada momento nuestra vida cambia y nos trae algo diferente.

Y es precisamente ese entendimiento de la impermanencia de las cosas y de la relatividad de todas ellas, el que contribuye a la felicidad verdadera, a salir de la ignorancia de que algo es siempre bueno o siempre malo y entender que las cosas siempre están cambiando.

Además esto nos da una tremenda flexibilidad para siempre buscarle el lado bueno a las cosas, porque siempre lo tienen (aunque no sea necesariamente para nosotros), y gozar cada momento sea como sea, porque es eso, solo un momento, una situación pasajera, y todo pasa.

Así que mi consejo, como decía un cuñado que tuve es: “no dramatices, la vida está llena de matices”, mejor dale a tu mente las perspectivas necesarias para que esos matices sean de felicidad, amor, compasión, paciencia, generosidad, perseverancia, sabiduría, espiritualidad, moralidad; cosas todas ellas que si se aplican bien, pueden ser buenas.

 

 

Diciembre 2010 Guillermo Mendoza

Coach Ejecutivo, conferencista, escritor, empoderando individuos y organizaciones a transformarse obteniendo los resultados que quieren más rápido y mejor.

Guillermo Mendoza gmendoza@conegte.com

Houston (832)334-3583 México (55)8421-4647

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